Por supuesto que esta incertidumbre hace que los hechos pasados sean fácilmente manipulables, lo que es una gran tentación para aquellos sectores de poder que quieren fortalecer ciertas ideas o provocar una determinada reacción en la opinión pública. Estas tergiversaciones a veces son pintorescas, como los manuales escolares de la dictadura de Franco en España que afirmaban que Walt Disney había nacido en un pueblo andaluz bajo el nombre de José Guirao Zamora. Pero otras manipulaciones tuvieron fines más siniestros, como la CIA falseando hechos para crear climas políticos enrarecidos en las naciones sobre las que EE.UU. tuvo intereses determinados. Estas tácticas de «contrainformación» jugaron un papel central en la instauración de las dictaduras latinoamericanas. También hay casos en los que ignorar o distorsionar un acontecimiento histórico está penado por la ley, como ocurre con las declaraciones y textos que niegan el Holocausto en distintos países del mundo.
Teniendo en cuenta su agitada historia, Argentina ofrece muchos ejemplos de legitimación y posterior reescritura de acontecimientos importantes. Un buen ejemplo es lo ocurrido con el 25 de Mayo de 1810, día de la formación de la Primera Junta de Gobierno. Durante la casi totalidad del siglo XIX no existieron representaciones de aquel día histórico. Recién avanzado el periodo llamado República Conservadora empezó a crearse el imaginario visual e ideológico que hoy reconocemos como propio de la Revolución de Mayo. En la construcción de ese ideario jugó un papel fundamental el periodista y político Bartolomé Mitre, quien les señaló a varios pintores de la época cuáles eran los momentos que quería retratar y la forma en que debían hacerlo. Estas imágenes aún pueden contemplarse en el Museo Histórico Nacional hoy en día. Así es como se construye lo que conocemos como historia oficial, la que termina siendo asumida como la verdad irrefutable en los manuales escolares y documentos del estado, pasando por alto el contexto específico de la elite que la originó.
También existen personajes específicos que disparan acalorados enfrentamientos entre los historiadores, dependiendo del cristal ideológico con el que se los mire. A nivel local la tinta no ha dejado de correr a favor y en contra de Juan Manuel de Rosas (1793 – 1877). Ya el relato «El Matadero» de Esteban Echeverría – considerado como el cuento fundacional de la literatura argentina – muestra a los federales como individuos crueles que no dudan en acorralar a cualquier disidente del gobierno rosista. La historia oficial siguió esta visión durante décadas, nuevamente bajo los lineamientos de Mitre, quien subrayaba el perfil despótico del líder federal, sobre todo durante su segunda presidencia. Con la llegada de revisionistas como Manuel Gálvez, Julio Irazusta y José Luis Busaniche en los años 30′ la mirada sobre los primeros años de la historia argentina cambió radicalmente, desechando los textos críticos liberales contra quien hoy adorna los billetes de veinte pesos y recuperando a los caudillos como figuras centrales de la identidad local. Luego la Revolución Libertadora volvería a demonizar la figura de Rosas, asociándola con la del derrocado Juan Domingo Perón. Incluso durante los últimos años Pacho O’Donnell se enfrentó públicamente con Federico Andahazi cuando este empezó a difundir las relaciones amorosas cuestionables del líder.
Sin embargo los mismos protagonistas de la Historia tuvieron a veces una visión menos fanatizada que aquellos que luego se encargaron de retratar su vida y época en los libros. Quizás por ello es que Rosas reconocerá el valor del «Facundo» de Domingo Faustino Sarmiento , texto furiosamente antirosista, y lamentará que en el bando federal no exista una pluma capaz de crear un texto a la altura del de su ilustre detractor sanjuanino. «El libro del loco Sarmiento es de lo mejor que se ha escrito contra mí; así es cómo se ataca, señor; así es cómo se ataca. Ya verá usted que nadie me defiende tan bien» fueron las palabras del Restaurador luego de leer el libro. Cuando el pasado aún es presente dispara miradas que a veces los futuros investigadores no toman en cuenta. Después de todo los términos Historia e histeria están a solo una vocal de distancia.
¿Cuáles son los verdaderos hechos históricos? ¿Qué pasa cuando la historia oficial deja de serlo y el revisionismo alternativo impone su mirada? Sin saberlo Lisa Simpson estuvo ante ese dilema el día que decidió no decirle la verdad a su pueblo para no romper la tranquilidad que el relato de siempre había instaurado. Así coincidió con el periodista que investiga el mito del Lejano Oeste en el western El hombre que mató a Liberty Balance de John Ford, quien al descubrir que el héroe que supuestamente asesinó al villano del título es en realidad un cobarde sentencia «cuando la leyenda se transforma en un hecho, se imprime la leyenda». La Historia está llena de leyendas que se vuelven hechos que a su vez siguen reescribiéndose una y otra vez. Un pasado que de pisado no tiene nada.